Cuando hablamos de almacenamiento de la información tenemos que retroceder hasta las primeras formas de escritura. Sin embargo, si el almacenamiento de información tiene como objetivo procesarla con alguna máquina, entonces solo es necesario retroceder hasta la Revolución Industrial, cuando se planteó utilizar la máquina de vapor en los telares. Para ello, Basile Bouchon ideó una forma de codificar y almacenar los patrones o dibujos de los tejidos en tarjetas perforadas, mecanismo perfeccionado poco después por Joseph Marie Jacquard.
En este contexto, Charles Babbage proyectó en torno a 1820 la Máquina Analítica, precursora del ordenador moderno, para el cálculo fiable de tablas matemáticas. La Máquina Analítica empleaba las tarjetas perforadas de Jacquard para la introducción de datos. El programa de cálculo que publicó Ada Byron para esta máquina hizo de ella la primera programadora de la historia.
A finales del siglo XIX las tarjetas perforadas fueron utilizadas con éxito en la elaboración automática del censo de EEUU y representaron la base de la introducción de información en las computadoras diseñadas hasta nada menos que los años 70 del siglo XX.
En el contexto de las primeras computadoras electrónicas, a mediados del siglo XX, la construcción de los dispositivos de almacenamiento de gran capacidad y acceso rápido supuso todo un reto. Los tubos de Williams, basados en los tubos de rayos catódicos, fueron un primer intento.
En los años 50 se empezó a usar el magnetismo como base de la grabación de información, primero en soportes blandos como cintas y luego en otros rígidos como tambores y discos. El principio es sencillo: se extiende una capa de material magnetizable sobre una superficie y la información se graba en forma de pequeños dipolos magnéticos. El computador UNIVAC I, de 1951, incorporaba unidades de cinta que podían almacenar hasta 128 unidades o palabras por pulgada.
Pronto apareció el tambor, de forma cilíndrica, con capacidad en torno a las diez mil palabras, pero fue sobrepasado por los discos duros, más rápidos y eficientes. En un disco duro el material magnético se extiende sobre varios platos circulares que giran a gran velocidad. Por cada superficie magnética hay un cabezal que permite la lectura y escritura de información. El primer disco duro fue el IBM 350, comercializado en el año 1956, con una capacidad de poco más de cuatro millones de palabras de información. Con el tiempo, las mejoras continuas en la tecnología magnética permitieron disponer de unidades de disco duro baratas y de gran capacidad para todo tipo de ordenadores.
Pese a la desventaja del acceso secuencial de las cintas frente a la velocidad de los discos duros, su menor precio y mayor capacidad y adaptación como soporte de las copias de seguridad, las convirtió en la tecnología de almacenamiento de los grandes mainframes y minicomputadores de la segunda mitad del siglo XX y, sorprendentemente, siguen presentes en algunos sistemas informáticos del siglo XXI, aunque su uso empieza a reducirse.
Las compactas y prácticas cintas de casete permitieron la expansión de la informática doméstica durante la década de 1980. Estas cintas fueron sustituidas por los discos flexibles que, en esencia, utilizan la misma tecnología que los discos duros pero tienen un soporte menos rígido, más ligero, con menor capacidad de almacenamiento, pero fácilmente transportables.
En la década de 1990 apareció un soporte con tecnología óptica: el disco compacto o CD, acrónimo de Compact Disk. Pese a su mayor capacidad de almacenamiento, inicialmente tenían la desventaja de ser dispositivos de solo lectura. Por esta razón se siguieron desarrollando otros tipos de discos flexibles de vida efímera: el minidisc de Sony, o el Zip y el Jaz de Iomega, son algunos ejemplos, con capacidades que iban desde 100 MB hasta 1 GB.
A finales de los años 1990 apareció la tecnología flash, un medio de almacenamiento electrónico y no volátil. Inicialmente desarrollada para fotografía, permitió el desarrollo de dispositivos de almacenamiento muy compactos que, aunque inicialmente muy caros, pronto superaron de largo las capacidades de la tecnología óptica. De esta manera, desde comienzos del siglo XXI las unidades de estado sólido o SSD, por sus siglas en inglés Solid State Drive, han facilitado la sustitución paulatina de los discos duros magnéticos en todo tipo de computadores. Gracias a la tecnología flash, estas unidades reducen las necesidades de energía y aumentan las velocidades de transferencia.
Curiosamente, el último gran avance en sistemas de almacenamiento no se debe a un desarrollo tecnológico en esta área, sino en el campo de las redes de computadores. En efecto, la aparición de redes de alta velocidad ha permitido crear grandes centros informáticos enfocados al almacenamiento de datos, como documentos, fotografías, vídeos, etcétera. Conocida coloquialmente como “la nube”, en esencia se trata de un espacio de almacenamiento construido por medio de un número enorme de dispositivos conectados entre sí y accesibles mediante una conexión de red. Obviamente, este no es el último paso en la evolución… ¿cuál será el siguiente?